“Somos la imagen en movimiento que encanta en las pantallas.
Somos la perfecta Google que todo lo puede, y lo que busca, encuentra”...

Vidas e historias atravesadas por formatos tecnológicos que nos confunden, nos marean y hacen pensar que somos el medio, Google o la tecnología.
Nativos digitales en forma de medios, ejecutando varias tareas a la vez o implementando el famoso multitasking.
Ya no existen computadoras lageadas , ahora existen “cerebros quemados” en un intento por funcionar o mantener, el ritmo de una máquina
¿Las pantallas llegaron para facilitarnos la vida o para mostrarnos cómo vivir?
“En primer lugar, un medio es una tecnología que habilita la comunicación. En segundo lugar, un medio es un conjunto de prácticas sociales y culturales que han crecido alrededor de una tecnología” (Varela, 2014: 268). Esa tecnología que en un principio se pensó como herramienta de uso social, como lo postula Raymond Williams “lo que se descubre en el margen se adopta y se usa (Williams, 2011: 26), hoy está más cerca de usarnos a nosotros que viceversa.
La cotidianidad nos revela cómo son nuestras formas y maneras de vivir, y el estrés producido por movernos al ritmo del buscador de Google es inminente.
La práctica del multitasking puede ser entendido como una destreza para realizar varias tareas en simultáneo o por el contrario, como una incapacidad de concentrarse en una sola actividad.
Saltar de tarea en tarea, es igual a buscar de sitio en sitio. Esto para un aparato es efectivo y demuestra capacidad.
Esto en una persona ¿Es efectivo? ¿Demuestra capacidad?
Nuestras vidas se ven atravesadas por tareas rápidas que se esfuman ni bien comienzan.
Como la modernidad líquida de la que habla Zygmunt Bauman, nada se conserva, todo se consume y se nos escapa de entre las manos como agua entre los dedos. Sin embargo, NO SOMOS EL BUSCADOR DE GOOGLE. Mientras escribimos un texto en la computadora, revisamos el celular, y mientras leemos el mensaje de un amigo, buscamos el significado de una palabra que quedó perdida en algún rincón de nuestra mente. Y así, vivimos en el caos de los mientras, en la necesidad de encontrar límites que no están dados , ni sabemos poner.
“El Dilema de las Redes Sociales”, un documental de Netflix dirigido por Jeff Orlowski, analiza ciertos fenómenos que se vienen dando desde el surgimiento de las redes sociales.
Testimonios de ex empleados de Google, Twitter, YouTube, Facebook, Instagram y Pinterest, ponen de manifiesto el impacto negativo que causan las redes sociales en las vidas de las personas. Entre los temas que tratan se destacan:
El diseño adictivo
Las plataformas son diseñadas con tecnología persuasiva para atraer y motivar a los usuarios a no dejar de usarlas.
Un comentario, un like o un retweet, es la recompensa que ofrece cada red social a cambio de tiempo “invertido”. Los especialistas explican que las notificaciones actúan como refuerzo, la persona siente que puede perderse de alguna novedad si no está conectada. Esto en la actualidad se conoce como FOMO, el miedo a perderse de algo en la red.
Depresión en adolescentes
La generación z es la primera en haber convivido con redes sociales desde la secundaria y, según muestran en el documental, la tasa de depresión y suicidio adolescente en Estados Unidos aumentó de manera exponencial a partir del consumo de redes sociales.
Incluso el incremento de cirugías estéticas ha puesto en manifiesto el término Dismorfia de Snapchat. La nueva aspiración de muchos jóvenes es verse como en las selfies con filtros.
Noticias falsas
Las fake news se viralizan hasta seis veces más rápido que las noticias verdaderas.
Si bien ciertas redes sociales aseguran estar trabajando para combatirlas, en “El Dilema de las Redes Sociales” aseguran que será difícil porque el algoritmo no es capaz de diferenciar qué es real y qué no.
Competencia por la atención del usuario
Las redes sociales son gratuitas porque nosotros somos el producto que venden. Cada una de ellas se nutre de publicidad y las empresas se disputan la atención de los usuarios. Cuanto más paguen, más gente verá su anuncio, más dinero ganarán las plataformas.
Polarización de la opinión
El tan nombrado algoritmo trabaja para que veamos el mundo que queremos ver. Con este tipo de tecnología, las redes sociales logran potenciar nuestras creencias y mostrarnos SÓLO contenido que afianza las posturas que tenemos afirmando lo que pensamos.
El pensador alemán Walter Benjamin, diría que la sociedad en su conjunto ya no se pregunta por estos aparatos. Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial. Dichos modo y manera en que esa percepción se organiza, el medio en el que acontecen, están condicionados no sólo natural, sino también históricamente (Benjamin, 1936).
Estos aparatos invaden nuestros “espacios muertos” con la excusa de otorgarles sentido.
¿Qué mejor sentido puede tener disfrutar “hacer nada”?
Una vez más lo inútil debe ser cargado de sentido, como si el sentido no estuviese dado en ese acto de pérdida de tiempo. Como si la poesía tuviese que significar algo más allá de los versos.
En la misma dirección, podemos indicar que la utilización de estos dispositivos contribuyen a completar y llenar de sentido lo que antes era entendido como “tiempo muerto” mientras se caminaba, esperaba a ser atendido, viajaba en un medio de transporte público, durante lo
breaks del empleo o los recreos escolares (Martín, 2009).
De esta manera nos sumergimos en el caos de la sobreinformación, intentando ser la imagen perfecta que un día la pantalla nos mostró. Aprendimos a parecer reales, no a serlo.
En palabras de Barthes, “nada de lo que muestran las pantallas actuales parece ser real, aunque se empeñen en demostrar lo contrario”.
¿Las pantallas quieren ser reales, y nosotros queremos ser pantallas?
No es casual que las tecnologías novedosas tengan como característica a las pantallas. La era actual -en palabras de Zygmunt Bauman-, de la Modernidad líquida, parece tener una ligazón importante con la imagen.
Como expresa Pierre Bourdieu, son imágenes vacías y creadoras de conciencia nula, obsoleta, muerta antes de propiciar un nacimiento de ideas.
Sin embargo, a pesar de todas estas teorías, continuamos buscando profundidad en la superficie. Volvemos una y otra vez a alimentarnos de las pantallas, a satisfacer nuestro ego con unos likes y a enterrar lo poco que nos queda de crítica.
Pasa el tiempo, los aparatos varían de tamaño, y junto con ellos nosotros modificamos estructuras de pensamiento. De a poco, incorporamos hábitos que de manera sigilosa, nos destruyen.
Pequeñas interrupciones (multitasking) tomadas como algo “natural” son causantes de una desconexión con la realidad.
No se trata de que vivamos ajenos al presente por nuestras preocupaciones sobre el futuro o la melancolía por el pasado, se trata de darnos cuenta que conectar con la realidad tiene más capas.
Nos cuesta prestar atención a estímulos que nos vinculan con la realidad del momento.
Caminar por el parque, sentarnos en una vereda a mirar autos pasar, son ahora actos sin sentido, o al menos, sin el sentido esperado en esta modernidad líquida.
Por cada acto social que NO involucra al teléfono, nos sentimos ansiosos y creemos estar perdiendo tiempo. Esta conducta lejos está de ser meditada, es algo que tenemos de manera inconsciente, automatizada.
¿Podríamos vivir sin pretender movernos tan rápido como Google?